Caminas con música, la que te gusta más. Vas de cara al sol,
ese sol que ya se está poniendo y que cae tan bien con el viento que empieza a
soplar. El cielo es azul y naranja en algunas partes.
Respiras y recuerdas los días cuando aún no sentías miedo.
¿Fue hace mucho? El tiempo cuando empezaste a perderte de ti mismo.
Caminas cuidando que tus pasos caigan en las hojas secas. No
escuchas el crujido, pero sientes el crack
bajo tus pies. Cuando te toca una que sucumbió
la pisada de alguien más, esperas que hayan quedado partes libres de su
suela, para poder sentir al menos los vestigios.
En un momento del camino, no puedes evitar cruzar la pista y
andar por el pasto. Tus pies se hunden
en la hierba un poco crecida y sonríes. Buscas el sol, pero este ya se ocultó
tras los edificios, esos gigantes que te alejan tanto del mar.
Finalmente, llegas al caos de la tarde, pero no le haces
caso porque la música en tus oídos suena más fuerte. Sonríes en tu cabeza y la
sonrisa es tan poderosa que sale hasta tus labios, tus labios se abren y dejan
ver tus dientes, tus dientes se separan y dan paso a la risa, la risa a la
carcajada que le agradece a tu mundo único por existir y coexistir con este
mundo de todos.