jueves, 20 de noviembre de 2014

20

Quiso librarse de su abrazo
pero su abrazo estaba en todos lados.
Estaba en las luces del semáforo
y en el asfalto.
En la garúa
y en las huellas que sus zapatos dejaban
después de pisar un charco.

Quiso librarse de su abrazo,
pero su olor se había impregnado en ella
y la seguía
cuando bajaba y subía las escaleras
cuando reía
y cuando no hablaba.

Quiso librarse de su abrazo, vivir por ella misma, sujertarse en sus propias piernas, en su propia fuerza, pero el abrazo no la dejaba, el abrazo la perseguía, la acosaba, aparecía en sus sueños, se iba a dormir con ella y ahí estaba cuando despertaba.

Quiso librarse de su abrazo
pero era tarde ya.
Quiso ser ella
no ser él
no ser ellos o nosotros
pero el abrazo insistía
como ya rémora
o una mancha
que no se va
con las lavadas.

Cuando vino la caída
entendió
por qué vivía en el abrazo:
el abrazó no la dejó caer
cuando sus piernas temblaron.

El abrazo aguantó los golpes con ella
la defendió del odio
le devolvió
la sonrisa
el abrazo
la salvó
del olvido
de la oscuridad.

Se dio cuenta al fin
que el abrazo
era él, eran ellos,
ellas y nosotros
que no nos íbamos
a abandonar.

Y ya no sintió la opresión
la fuerza.
Sintió la paz,
el amor.

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