Definitivamente, esa luna era para Claudia. Y ella la miraba desde ahí, sonriendo distante.
En algún otro lugar, Tarcila la envidiaba, deseando tener una luna tan propia.
La luna, en cambio, temblaba redonda y lejana, mirando hacia ese globo azul que brillaba también remoto e imaginó la belleza que habría en él.
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