Llovió.
En su mente
en su alma
en sus ojos
en su piel.
Llovió
pero no
por cuarenta días
y cuarenta noches.
Llovió para siempre
una eternidad.
Llovió
y la lluvia
llegó a todos los rincones
de su vida
inundó el presente
el futuro
y el ayer.
Todo lo manchó
-escampó-
solo en una idea, en
un deseo.
porque,
en realidad,
llovió:
no paró.
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